jueves, 21 de agosto de 2014

Que nos salven

Anochece en la colina y el aire se espesa y se vuelve húmedo. Esta noche que se avecina huele a falsa libertad, a pólvora y sudor, a sangre y euforia. Los vencedores celebran a gritos una falsa victoria mientras los vencidos susurran que les salven. Perdí, como muchos, el derecho a alzar la voz cuando llegó la estocada definitiva. Se aproximó a mí por la espalda, con su lengua viperina trazando círculos mientras terminaba con otra lengua mortífera que me hizo sudar tinta china en el combate por mi propia libertad individual. Dicen que el cerebro de un hombre no se ve forzado a superar sus límites hasta que se ve en una situación límite, y yo no iba a ser menos. Giré rápidamente para enfrentarme a él y parar su ágil estocada con una reprimenda que hablaba de cada uno de sus lunares. Él danzó al compás del silencio mientras relataba los suspiros que se escapaban por su boca de fresa. Fue abrumador, como el desierto en agosto o como una ducha en el infierno; sin la intención de bajar el ritmo para intentar hacerme fracasar llorando a lágrima viva. Le hablé de mares, de marineros en tierra, mientras me mecía como el viento enlatado en una brisa de nuevas colonias que no entendían de cuerpos y desarmados llantos de libertad. Atravesó mi corazón coraza en la sexta estocada indagando en mí, hablándome de pupilas azules que preguntaban por la poesía. Me faltaba el aire y la libertad me hablaba en idiomas de otras eras. Recompusé un verso inacabado y atravesé su nariz superlativa, apuntándome un tanto, ganando una prenda. Ella nos miraba desde lo alto con ojos altivos y con llamas de papel que gritaban exaltadas que el amor no entendía de tres bandas. Me alcé ante sus ojos pidiendo clemencia por mí para que no pisara mi pobre músculo agitador. Mi adversario aprovechó la desventaja en la que me encontraba para lanzar su altiva palabrería contra mi destrozada esperanza. Caí a la arena, como César derrotado, sin saber lo que era amor o a que sabían sus labios. Perdí ante un falso poeta que vendía palabrería de mercadillo como si fuera néctar para sus desnudos labios.
La luna brillaba reflejada en la laguna a la que me arrastraba a escribir mi despedida. El amor era guerra, la batalla eterna. Nadie se acuerda de quién quedó segundo. La luna nos llama para que los vencidos caigamos en sus aguas. Los titanes vencedores pujan al amor que nos fue negado a punta de lengua y tinta, mientras nosotros, los derrotados, gritamos a los cuatro vientos que nos salven.  

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