lunes, 31 de marzo de 2014

La vi bailar.

La primera vez que la vi bailar era Lunes. Desde entonces los lunes me saben a café con sal y a tango. La vi bailar por la comisura de unos labios que no entendían de griego, de latín y de otras lenguas muertas. Bailaba sobre el filo de un cuchillo sin miedo a las alturas ni paracaídas. Era fría como la parca pero me quemaba como el sol. La vi moverse amenazante, con ganas de comer, de arañar, de rasgar pasiones que levantaba y tumbaba de golpe con una caída de miradas y con una palabra hueca que marchitaba a todo aquel que respirase el veneno que proyectaba su risa. Adulteraba el compás del tiempo y el tic-tac del reloj no entendía de besos a medias, ni de tangos de la muerte; sólo sabía que se acababa, que se consumía como una botella de vodka. Me hizo naufragar, ir a la deriva en un mar, que eran sus ojos, sin tiempo de bucear buscando el tapón que taponaba el sumidero ni la fuerza para nadar hasta otras orillas. Me dejó en los huesos y empapado de dolor por el taconeo que producían esos pies de aguja que me torturaban, que me acechaban como una depredadora que jugaba con la comida. Y se comió mi corazón, y el alma se me desquebrajó en mil pedazos; sin saber que era vida, que era el valls o si ayer era viernes o domingo, y si hoy era lunes o el día de mi juicio.

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