sábado, 28 de septiembre de 2013

Pausa.

<<¿Sabes? A veces, cuando hablas, el tiempo parece que se detiene y me pierdo con el ritmo de tus palabras.>>


   Mónica era mi pausa. Era el tiempo que se nos detenía cada vez que la miraba. Ella pensaba que yo era la pausa de su reloj, pero eran sus ojos cómplices, como los del niño que ve el arco iris por primera vez, los que hacían que mis palabras brotaran sin pausa, con ritmo y destreza, para alabar su mirada inundada de secretos. Mónica era capaz de hacer realidad lo que siempre pensé que sería la felicidad. Imaginaba su rostro antes de conocerla; su rostro vislumbrado entre la niebla donde sus ojos vidriosos y sus labios carmín, me incitaban a la locura de atarme a su sueño. Cuando Mónica me tocó sin los dedos, fue la primera vez que pausó el tiempo. Ella se quedó ahí, sin respirar, como si hubiera cogido un mando y hubiese pausado su película. Pasé horas intentando recorrer cada centímetro de su finura con mis ganas de vivirla. Mónica era como el poema que siempre había querido escribir, como sí la Luna se hubiese fugado del cielo para colarse por la ventana de mi vida para darle sentido a mis sueños. Mónica era la Luna echa mujer. Mónica era pura y limpia, blanca del color de la luna llena y de melena negra como la oscuridad de cuarto menguante. Mónica se extrañaba y disfrutaba cada vez que deteníamos el tiempo, ella con sus ojos y yo con mis palabras, pero lo que Mónica no sabía era que todas las palabras que tenía para ella, formaban parte de todos y cada uno de los poemas que llegué a escribirle a la Luna.

   Es curioso como Mónica llegó a cambiarme la vida y cómo, desde entonces, vivo con el mundo en pausa mirandola por la ventana a ella, llena.

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