domingo, 22 de septiembre de 2013

Guárdame la Luna

Búscame en la noche. Sálvame la vida. Soy predicador del tiempo y dramaturgo de sustitución. ¿Por qué? Porque vivo una vida sin rumbo; una vida al compás de la Luna. A ella le he dedicado mis versos, mis heridas y mis promiscuidades. Me condené a su letargo desde tiempos más lejanos a las manecillas de su reloj de pulsera. Era domingo y Luna me miraba, me guiñaba el ojo y me regalaba besos. Cupido fue un cabrón al enamorarnos. Nuestro amor era oscuro y cómo sacado del siglo XVIII. Necesitaba estar cerca de ella, por eso hice un pacto con el Diablo: le vendí mi alma a cambio de que me convirtiera en hombre lobo. Cada noche aúllo a mi amada y ella me premia con un vestido diferente en cada ciclo. A veces subo a dormirme en su ombligo, otras la beso en todas las charcas y, a veces, ella alumbra el mundo en la oscuridad para demostrarle a todos, los límites infronterizos de nuestro amor. Ella me mira y yo deliro. Ella es mi sino. Una vez soñé que Luna pedía un deseo a sus hermanas las estrellas, a cambio de su luz, y que Luna se vestía con cuerpo de mujer, y que bailábamos un tango en la orilla del lago donde acudía a bañarme en ella las noches de luna llena. Luna, más pura que alguna, y más puta que ninguna. Luna era mujer de el Firmamento y yo era su amante licántropo. Firmamento me castigaba sin verla lanzándome lluvias de asteroides, cometas o días sin noche; me mandaba heladas, lluvias torrenciales, enfermedades y concubinas. Nadie me dijo que tenía que luchar contra los elementos y los pecados carnales, por un amor que tildaban de imposible. Nadie dice de quien te enamoras, donde moras o por quien has de llorar. Por eso te pido, Sol, que me guardes la Luna, porque en otra vida ella será mujer y yo un hombre y, así, podremos cumplir mi sueño de bailar a la orilla del lago.

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